lunes, 15 de febrero de 2010

keynes

http://www.claseshistoria.com/entreguerras/solucioneskeynes.htm

http://www.abc.es/20100215/opinion-firmas/keynes-para-pobres-20100215.html

http://www.abc.es/hemeroteca/historico-08-09-2009/sevilla/Opinion/casos-practicos_1023925208333.html#


Keynes no es para pobres

ALBERTO SOTILLO
Lunes , 15-02-10
Sólo los países ricos se pueden permitir el lujo de practicar una política económica keynesiana de izquierdas. Lo que, dicho así, recuerda aquello de Chesterton (el intelectual más citado en ABC) que aseguraba que sólo a las personas de buena familia se les ocurre inventar revoluciones.
Pero a lo que vamos: lo de que sólo los ricos pueden ser keynesianos lo demuestra el distinto baremo aplicado a las grandes potencias y a los países de medio pelo a la hora de juzgar sus excesos en el gasto en tiempos de crisis. A Grecia, con un déficit del 12,7 la han enviado al infierno. A España, con un 11,4, la han motejado de monstruoso peligro para el euro. EE.UU., en cambio, con un desequilibrio presupuestario del 10,6 no es que nadie le tosa, sino que aun tiene a ínclitos gurús que le alientan a seguir dando a la manivela del gasto. Y Francia, con un déficit del 8,2, parece que jamás hubiese roto un plato. Con gran sentido común, a España, Grecia y Portugal se les conmina a reducir el déficit al 3% en tres años.
A Obama, en cambio, el eminente Paul Krugman le anima a no tener ningún miedo a seguir aumentando su desequilibrio fiscal y su rampante deuda en el siguiente trienio. El mismo Krugman que hace un año reprochaba a Zapatero por no ser más pródigo en el gasto para salir de la crisis y que ahora pregona que España es la principal amenaza para el euro.
EE.UU. puede seguir abultando su déficit y acumular una deuda nacional cercana al 100 por ciento de su PIB. Entre otros motivos porque China ya se encarga de comprar buena parte de su deuda. China, ese pobre país que inventó la dictadura comunista del capitalismo para que a ninguno de sus administradores se les ocurra aplicar una política de izquierdas.
Debemos aprender la lección: los países humildes no pueden aplicarse en tiempos de crisis los lujos keynesianos que se permiten los grandes y poderosos. O nos crujirán.

Keynes, déficit, balanza comercial

Resumen-comentario-conclusión.



Casos Prácticos
MANUEL ÁNGEL MARTÍN
8-9-2009 06:53:29
El punto débil de las utopías son las realidades y el de las teorías los casos prácticos. Obvio. Se parte del buen deseo de proteger el medio ambiente eliminando las bolsas de plástico, pero se puede acabar destruyendo un montón de empleos; se pretende la justicia social a través del acceso de todos los ciudadanos a una vivienda digna, pero se consigue crear un mosaico de injusticias y privilegios; se quiere incrementar el consumo repartiendo una pedrea de subvenciones y al final lo que crece es el ahorro; se declara el objetivo de mejora de la movilidad a través de las infraestructuras y las políticas de transporte, y lo que se obtiene como resultado es una ciudad bloqueada en su habitabilidad y en sus capacidades productivas. O bien las teorías son malas, o tienen indeseados efectos colaterales, o bien se interpretan mal y por eso es fundamental que en la enseñanza y en los exámenes se planteen problemas para resolver, y que en política y en economía se atienda a los resultados, a las realidades, y a los casos prácticos. A veces, la debilidad de la teoría hace recurrir a ese enfoque denominado «prueba y error», probar y corregir, pero para ello hay que tener humildad y espíritu crítico, virtudes que la sociedad valora poco y que, en consecuencia, brillan por su ausencia.
Una de las teorías económicas mal entendidas, peor aplicadas y más manipuladas es la denominada «keynesiana». Bajo la equivocada invocación de su nombre y con su cobertura ideológica, andan levantadas las aceras de nuestros pueblos, nuestras arcas públicas vacías y nuestros sindicatos reclamando más incrementos salariales y más gasto social. De creer a Mario Bunge, el monetarismo tiene éxito por ser fácil de aplicar y porque favorece a los ricos, y de forma análoga podría decirse que el keynesianismo domina la política económica actual porque se cree que favorece a los pobres y da protagonismo al sector público, o sea a los políticos. Es decir, que se asume la inverosímil hipótesis de que lo público funciona bien en todas partes. La socialdemocracia superviviente ve a lord Keynes como una especie de Marx con sifón, un intervencionista pasado por Bloomsbury que resulta un buen clavo ardiendo al que agarrarse después del estrepitoso fracaso del «socialismo real». Hunter Lewis acaba de publicar un libro en el que se distancia del grupo de entusiastas forofos de lo keynesiano para preguntarse «¿En qué se equivocó Keynes?» y «por qué los gobiernos siguen produciendo inflación, burbujas y depresiones». Sugiere Lewis que es necesario explicar por qué el sentido común de toda la vida indica que para crear riqueza, lo suyo es ahorrar e invertir, y ahora nos da por decir que lo bueno es gastar. Más aún, pone en duda que sea más eficaz y tenga mayor efecto multiplicador el incremento del gasto público que las reducciones de impuestos.
Zapatero y Rajoy van dando vueltas en torno a esas dos clásicas posiciones pero sin marcar demasiado sus posturas. El «popular» se ha pronunciado por la bajada de impuestos, pero no podrá dejar de prometer cobertura social. Su baza está en explicar cómo puede reducir el gasto público o, más bien, reasignarlo hacia actividades más productivas, e insistirá también en las reformas estructurales. Zapatero predicará en plan Rodiezmo el gasto social y todo aquello que sirva para mantener su precaria estabilidad política, pero ya minimiza sus intenciones de incremento de la presión fiscal. Mantendrá una política de ir tirando, camuflada con retórica y buenas intenciones de cambio de modelo y de sostenibilidad. El presidente Zapatero tiene sobre sus espaldas el peso de los muchos «casos prácticos» pendientes o mal resueltos, entre ellos los económicos. En todo caso, quien gobierne tendrá que resolver el caso práctico del déficit público galopante. Mientras siga creciendo, hablar de economía «sostenible» resulta un sarcasmo.

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