Niños, no sean boludos
"Me lo estáis estropeando". Mano de santo.
Y es que no hay nada peor que un niño mimado, consentido, con su ingratitud ominosa, su insoportable queja permanente, su egoísmo que desquicia, esa envidia cochina.
Bueno, sí. Hay algo peor: una sociedad conformada por legiones de niños mimados, consentidos –y ese largo y abominable etcétera–… con derecho al voto. Adultos niñatos.
No sé yo si nosotros tenemos ya arreglo, con todos estos años de aborrescencia a cuestas; de hecho no lo parece, en vista de cómo y por qué votamos y nos indignamos (¡que me den esto!, ¡que me paguen lo otro!). Pero los niños sí.
Se trata de no estropearlos.
¿Y cómo se los estropea? Pues satisfaciéndolos cuando no se lo merecen. Recompensándolos por nada. Evitando por todos los medios que sepan que la vida tiene cosas malas. Conformándolos, en fin, a nuestra imagen y semejanza.
Mucho mejor que se parezcan a esta relinda mocosa (sic!) liberalísima, que –"¡Intentar, intentar, intentar!", "¡Hacé algo!"– tiene las cosas tan claras. ¡Sos grande, pibita!
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